La malsana práctica de una especie de mercaderes y mercenarios de medrar con el oficio de periodista, provocó entre los colegas, por lo menos a partir del último cuarto de siglo, un singular prurito –entre broma y veras– respecto de asumirse periodista y optar, mejor, por el de reportero que al final de cuentas priva como gentilicio de periodista.
Algo similar ocurre con los políticos en cargos de elección popular. Cuando se alude al diputado, la primera reacción que provoca como adjetivo es del nivel peyorativo; igual, entre la broma y una verdad absoluta, se asume como ofensa o descalificación.

