Opinión | Daniel Almazán | Un catamarán para los últimos días

Quienes saben qué es un catamarán y han viajado en uno, podrían coincidir que para los ultimos dias de uno o, el día que muera me gustaría estar abordo de uno de estos…

Por Daniel Almazán Jiménez*                            

Viajar por los mares, por los puertos de mi país por sus playas y pueblls costeros como lo hice cuando mis padres no se entendieron y decidieron alejar sus corazones para vivir a medias, a expensas de otros, a escondidas, a fuerzas… en esos días ellos mal vivían y nosotros (mi nena, Lili y yo) también, todos y nadie se hacía cargo, todos y nadie nos ayudaban. Todos opinaban, todos y nadie nos fingian amor…

Dolía, mucho dolía y hasta la fecha no se supera pues cuando uno va creciendo, también van creciendo o formándose los sentimientos y valores y cuando uno crece con corazones que se han roto crece también con la nostalgia que se cuela por las grietas de esos corazones que se rompieron y sangraron y sufrieron y lloraron al grado de pensar en vivir pero lejos, en donde no te conozcan, y como decía José Alfredo Jiménez, en donde nadie nos diga que hacemos mal… por haber crecido con ese olor, con ese sabor a desamor, a dolor, a no se que pues era un niño.

Y es que en esos días, quizá los peores, cunado escuchaba gritos, reclamos de ambos, insultos, acusaciones, encontré una tarjeta que me ayudaba siempre al verla, me distraía con ese cartón, una imagen de esas que coleccionaba de barcos, una imagen de un catamarán que, sin quererlo, me ayudaba a bajar el volumen de esos gritos cuando me viajaba dentro de la imagen imaginando que yo conducía esa nave por el caribe, por Cuba que un día me prometí conocer y se me ha concedido en tres ocasiones, viajar por el mar tibio azul y verde como se veía en esa estampa que de manera increíble me pedía cerrar los oídos y abrir más los ojos y la imaginación.

Tres años tenía, un niño, un ser que no sabía del mundo pero que ya sufría de amor; un ser que no había vivido pero que ya sabía que iba a morir, un animalito como el Boby que murió a los pocos días de que llegó a las vida de mis hermanas y yo y murió de forma extraña como si él se hubiera sacrificado a los dioses en honor a nosotros, por mis hermanas y mis padres. Lo amábamos tanto pues fue nuestra primer mascota, nuestro primer ser de la familia no humano y murió y esa experiencia fue mi primer idea y experiencia de la muerte. Murió y se que fue por nosotros y por eso no lo olvido.

Él lamía mi estampa y me decía que me imagianra abordo, en altamar y yo con él pescando como el Viejo y la Mar de Heminwey para silenciar esos gritos, esos insultos, esas muestras de que algo no andaba bien.

Quienes saben qué es un catamaran podrán coincidir que el día que muera me gustaría estar abordo de uno de estos con el Boby, con mis recuerdos, con mis ganas de gritarles que ya se cayen, que ya era suficiente y que mañana tenía que ir a la escuela, que no aguantaba más… por eso huí, me fuí, con los años me armé de cobardía y escapé.

Quizá esto explique mi gusto por los barcos pero, también, lo barco que soy con mis hijos a quienes que nacieron de mi Alma y a quienes no me atrevería hacer de ellos unas personas que escuchen gritos del Alma para que no tengan deseos de viajar en un catamarán para morir de desamor. Quienes nacieron del Alma viajaron conmigo en uno de esos barcos que coleccionaba en estampas que el tiempo se llevó, un viaje lleno de nostalgia que escondí lo más que pude por unos mares que le prometí al Boby ese día vi sombras; sombras que a pesar de los amos me siguen en forma de niño.

Periodista | Twitter: @Daniel1Almazan  

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Periodista Daniel Almazán

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