En la Meseta Purépecha, los “Diablitos de Ocumicho” narran leyendas, herencias culturales y la lucha de un pueblo por preservar su identidad a través del arte popular.
Por Alfredo Martinez | Corresponsal
Enclavado en el corazón de la Meseta Purépecha, San Pedro Ocumicho albergó por generaciones un legado artesanal inigualable. Este poblado indígena, perteneciente al municipio de Charapan, fue reconocido por sus peculiares “diablitos” de barro. Figuras coloridas, llenas de picardía, ironía y misticismo, tomaron forma gracias a las manos creativas de sus alfareros.
Los Diablitos de Ocumicho surgieron entre leyendas locales y un profundo sentido de identidad comunitaria. Cada pieza moldeada reflejó creencias, temores y resistencias que el pueblo canalizó en figuras imaginativas. Desde motociclistas hasta demonios en cenas familiares, sus representaciones rompieron barreras religiosas y estéticas. Estas artesanías también conquistaron el gusto del turismo nacional e internacional en ferias tradicionales.
Tradición que sobrevive entre tianguis y leyendas
Las ferias más relevantes donde se encontraron estas obras fueron el Tianguis Artesanal de Noche de Muertos y el Domingo de Ramos. En Pátzcuaro y Uruapan, cientos de artesanos ofrecieron sus diablitos entre las primeras filas de los expositores. Estas piezas mostraron al diablo en escenarios insólitos: andando en bicicleta, manejando autos o como figuras políticas. Incluso, algunos artistas retrataron al Subcomandante Marcos, evidenciando su capacidad de ironizar temas sociales.
El lugar donde se produjeron estas figuras quedó cercano al cerro de Patamban, el segundo más alto del estado. Durante las principales festividades purépechas, su presencia resultó insustituible en los escaparates artesanales. Su valor accesible permitió que turistas de todos los orígenes adquirieran un pedazo del alma de Ocumicho. Estas piezas, más allá de lo comercial, representaron una herencia espiritual compartida.
Patrimonio cultural de los purépechas
El Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) protegió la autenticidad de estas piezas mediante la Marca Colectiva. Bajo el nombre “Diablitos de Ocumicho Región de Origen”, los artesanos consolidaron su derecho sobre su identidad.
La protección legal reafirmó que esta tradición formó parte del patrimonio cultural purépecha. Con ello, también se evitó la piratería y la desvalorización de su trabajo.
La historia de su origen contenía diversas versiones, todas relacionadas con el temor y la necesidad de redención. Una leyenda narró que el diablo merodeaba el pueblo, enfermando animales y personas por igual. Otra aseguraba que se apoderaba de los perros, agitándolos violentamente y llenando de miedo a la comunidad.
Fue entonces que un anciano propuso encerrarlo en el barro y darle un cuerpo donde pudiera vivir sin causar daño.
La comunidad que no le teme al demonio
Algunos relatos adjudicaron el nacimiento del arte a un joven llamado Marcelino, asesinado en circunstancias extrañas. Testigos aseguraron que fue él quien vio por primera vez al demonio entre los matorrales y lo transformó en escultura.
Desde entonces, la comunidad optó por representar al diablo en todas sus formas posibles. Para los pobladores de Ocumicho, rendirle tributo evitó su ira y mantuvo la paz espiritual.
De esta manera, los artesanos comenzaron a dominar las técnicas del barro y a colorearlo con tintes vívidos. Las formas cambiaron con el tiempo, así como la simbología detrás de cada pieza. Ya no solo fueron figuras del inframundo, sino personajes cotidianos o incluso celebridades con cuernos y tridentes.
Así lo comprobó quien visitó los tianguis de Semana Santa, donde cientos de diablitos colmaron los pasillos.
La evolución de un arte milenario
En las últimas décadas, las figuras también pasaron por una evolución estética.
Los tonos oscuros y rojizos dieron paso a colores pastel: lilas, rosas, amarillos, verdes brillantes. La iconografía dejó atrás las lenguas largas para adoptar profesiones modernas y actitudes irreverentes.
Los Diablitos de Ocumicho convivieron ahora con alebrijes, otra expresión mística del arte popular mexicano. Estas criaturas fantásticas representaron animales protectores o guías espirituales según las creencias indígenas.
Las figuras, aunque diferentes, compartieron una intención común: proteger, representar y resistir el olvido. Las manos que las crearon pertenecieron a familias enteras que heredaron la técnica por generaciones.
De Zamora a Ocumicho: el trayecto hacia el arte
La comunidad de Ocumicho se encontró a solo 45 minutos de Zamora, la ciudad conocida por sus chongos. Por la carretera Jiquilpan-Morelia o por la federal 15 hasta Carapan, fue posible acceder al corazón de esta tradición. Una vez en el entronque con Tangancícuaro, los visitantes hallaron la desviación que condujo directo al arte.
Cada año, miles de personas viajaron para presenciar el universo del barro y los colores intensos. El turismo no solo dejó una derrama económica, también revitalizó el orgullo cultural de los habitantes. Las nuevas generaciones comenzaron a interesarse en esta actividad como un camino viable de vida. La fusión entre pasado, arte y leyenda mantuvo vivo al pueblo que transformó al diablo en arte.
Reconocimiento nacional e internacional
Los creadores de los Diablitos de Ocumicho obtuvieron en 2009 el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Este galardón, entregado en el área de Artes y Tradiciones Populares, consagró su legado artístico. El premio sirvió como testimonio del valor que el Estado otorgó a las culturas indígenas.
Los diablitos trascendieron las fronteras de Michoacán, conquistaron galerías de arte popular en todo el mundo. Países como Francia, Estados Unidos o Japón adquirieron estas piezas como símbolos de autenticidad mexicana. A través del barro, Ocumicho logró que el diablo ya no fuera temido, sino celebrado como parte del imaginario colectivo. –sn–

