El expresidente uruguayo evitaba formalismos y vivía como ciudadano común.
SN Redacción | Agencias
José Mujica, exmandatario de Uruguay, falleció a los 89 años a causa de un cáncer de esófago que se había extendido al hígado. Gobernó entre 2010 y 2015 y fue reconocido internacionalmente por su estilo austero y poco convencional.
Durante su presidencia, condujo su Volkswagen Fusca celeste por Montevideo sin previo aviso a sus escoltas. Solía evadir a sus encargados de seguridad y protocolo, a quienes consideraba innecesarios en su forma de ejercer el poder.
“Los tengo locos”, se burlaba Mujica cuando los encargados de su seguridad no lograban localizarlo. En el libro Una oveja negra al poder, los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz relataron estos episodios con testimonios directos del expresidente.
En ese mismo texto, Mujica resumió su desprecio por los ritos del poder: “El protocolo, la liturgia del poder y todas esas estupideces me chupan un huevo”.
Contrario al protocolo
Su oficina presidencial se ubicaba en el piso 11 de la Torre Ejecutiva; un nivel abajo operaba el equipo de protocolo. Durante su gestión, ese grupo enfrentó divisiones internas por la ineficacia de sus tareas.
La dificultad radicaba en que el mandatario ignoraba deliberadamente las normas protocolarias. “No les doy pelota”, confesó a los autores del libro. “Están al pedo todo el día”, añadió con franqueza.
A Mujica le incomodaba que le abrieran la puerta del auto. Sus choferes, conocedores de su carácter, evitaban gestos considerados formales para no recibir reprimendas.
En la estancia presidencial Anchorena, en el departamento de Colonia, él y su esposa Lucía Topolansky cocinaban para ellos mismos. Ella fue vicepresidenta tras la gestión de Mujica.
Una vida sencilla
La chacra del expresidente, ubicada a las afueras de Montevideo, sirvió como oficina alterna. En ella recibía a dignatarios, ministros, periodistas y legisladores nacionales y extranjeros.
Allí vivía en una pequeña casa, donde pasaba buena parte de su tiempo. La modestia del lugar contrastaba con las residencias de otros jefes de Estado de la región.
Los viajes al extranjero también reflejaron su rechazo al boato. En 2013, compartió vuelo con la entonces mandataria argentina Cristina Fernández de Kirchner y quedó asombrado con el lujo del avión presidencial.
“Hasta peluquería tenía adentro”, dijo, impresionado por la cama de dos plazas, el armario espacioso y el baño con ducha. “Era un living volador”, agregó al relatar su experiencia.
Viajaba como ciudadano común
Cuando viajaba por asuntos oficiales, prefería usar vuelos comerciales. Solía comprar asientos en primera clase, pero recorría la cabina para conversar con los pasajeros y tomarse fotos.
Evitaba hacer escalas en sus trayectos, aunque no siempre lo conseguía. Su conducta contrastaba con la de otros jefes de Estado que usaban aviones privados y comitivas extensas.
Su indumentaria también evidenciaba su rechazo a las normas tradicionales. Rara vez combinaba saco y corbata, y en momentos de ocio usaba ropa deportiva.
No atendía las sugerencias de sus asesores de imagen sobre cómo vestir. “Los mandaba a cagar”, según relataron los autores del libro que lo retrató desde su intimidad presidencial.
Mensaje político en su estilo
Más allá del rechazo al protocolo, Mujica utilizó su estilo como una declaración política. Pretendía transmitir que el jefe del Ejecutivo debía ser un ciudadano más, sin privilegios especiales.
“La forma de vivir parece una pavada, pero no lo es”, expresó. Consideraba que la desconexión entre la clase política y la ciudadanía fomentaba el descrédito hacia los gobernantes.
Reconoció que su forma de vida no era un modelo obligatorio. “No le reprocho a nadie que no viva como yo”, explicó, aunque consideraba que su ejemplo podía generar reflexión social.
El contraste con sus antecesores fue evidente. A diferencia de Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle y Tabaré Vázquez, Mujica encarnó una figura disruptiva.
“Me siento un sapo de otro pozo”, dijo respecto a los expresidentes, reafirmando su lugar fuera de las convenciones del poder uruguayo. –sn–
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